Hoy, cuando Rosario salió corriendo, trató de ocultar las lágrimas y de que no se le descolgaran un par más camino a la parada de bus. Respiró profundo y trató de convencerse de que no había sido verdad: que los susurros que había escuchado a sus espaldas no hablaban de ella. Trató de distraer a la decepción y a la tristeza apurando los pasos para salir de ahí. Pensó que cuando llegase a casa estaría mamá esperándola y que en sus brazos podría exorcizar la tragedia de sentirse humillada por un comentario que se suponía que ella no escucharía.
Llegando a casa tocó el timbre, una, dos, veinticuatro veces. Fue entonces que recordó que mamá estaba a miles de kilómetros, hace ya años y que cuando abriera la puerta, no iba a encontrar nada sino la luz apagada.
Entonces se sentó a arrepentirse de ser tan ingenua, a llorar,a fumarse un cigarro y a escribir en su blog.