November 15, 2007

Último sábado

“...Blame it on the black star,
blame it on the falling Sky,
Blame it on the satellite that beams me home…”
Radiohead

Ese último sábado fue el anuncio de todo. Estaba lindo afuera, Buenos Aires por fin había decidido dejar de llover. Desde el borde de la ventana se adivinaba un día claro. Es una lástima que nuestro departamento para turistas con todo incluido no incluya luz solar a través de ninguna de sus ventanas, pensé.
Con las tarjetas de crédito sin más cupo y a dos días del primero del mes, cuando nuestros números volverían a positivo; juntamos las monedas de todos los bolsillos y contamos tres pesos argentinos y setenta y cinco centavos, un peso y ochenta y siete centavos por cada uno,-hace ya años que habíamos dejado de contar en para cada uno-. Ochenta y cinco centavos de euro, ni la mitad del pasaje de bus en el lugar que entonces llamaba casa.
Para no pensar en nuestro estado de pobreza, habíamos decidido dormir más que de costumbre. A las tres de la tarde reptamos de la cama a la ducha y para escapar de la oscuridad le abrimos la puerta a Palermo Soho, que por un par de meses fue nuestro barrio de prestado.
Como cualquier sábado la calle estaba llena de gente, sólo que entonces, nos disgustaban todos ellos ahí, comprando cosas que creían de vanguardia y exclusivas mientras esquivaban las cacas de los perros. Las madres vestidas con ropa robada a sus hijas de quince años, todas muy a la moda, nos causaban menos gracia que de costumbre. Ni hablar de los hispanoparlantes disfrazados de angloparlantes just to give a hard time a la mesera de turno.
Nos animamos para pasear por la Plaza Serrano mirando los puestos de los artesanos. En uno de los puestos, las cuentas de vidrio rojas de un par de aros me coqueteaban.
-¡Mi amor! Mira que lindos los aritos.-dije tratando de no gritar.
-Para qué quieres más aros, siempre los terminas perdiendo...
-Ya sé que no tenemos dinero- dije irritada más de la cuenta- Hoy no necesitas buscar argumentos para que no quiera comprarlos.
Quise tomar una foto de los aros, para no olvidármelos, pero la falta de dinero, la multitud, o la casi discusión no me dejaron enfocarlos. Saliendo de ahí me ganó el hastío.
-Esto se está pareciendo demasiado al viaje a París.- reclamé.
-¿Qué estaba malo en París?- Me preguntó en su casi castellano- ¡yo pensé que te había gustado!
- Sí, sí, todo fue hermoso, mi amor.- bajé la voz como arrepintiéndome de la pataleta.
-¡¿Y entonces?!
Mi recuerdo de París tenía que ser hermoso. Fue la primera vez que estuve en un hotel de cinco estrellas, de cinco estrellas de verdad, con el Arco del Triunfo saludando desde la ventana y todo. No nos quedó ninguna visita turística pendiente, pero de tanto ahorrar para el hotel, nuestro mejor almuerzo fueron croissants y agua mineral mientras corríamos por Champs Elysées para estirar el tiempo. Fue entonces que nada empezó a parecerme suficiente. El contigo pan y centolla que nos decíamos como chiste al principio había empezado a convertirse en realidad en mi cabeza. También entonces fue que empecé a sentirme como la mujer de la que habla la canción Black Star. La que quiere todo, pero espera en bata a que termine el día.
-No entiendo por qué nada es suficiente para hacerte hace feliz ahora- dijo sin ocultar su decepción.
Me quedé en silencio y una cuadra más tarde, disparé en tono de protesta-Los aros, eso me hubiera hecho feliz.
-Rosario, ¿me estás hablando en serio?- preguntó ya molesto.
La única respuesta fueron mis ojos en blanco.
Cuando logramos encontrar lo que quedaba de amor en medio de la discusión, en el momento ridícula, decidimos que era hambre lo que teníamos. Deshicimos el camino y en el supermercado bien argentino de al lado de nuestro edificio compramos tallarines y pan. Nos alcanzó justo.
Volvimos al departamento oscuro, frustrados, a contar las horas para el primero del mes. Mientras se hervía el agua para los tallarines, me senté en el living sin luz, pensando en dónde perdí la costumbre de vivir con menos de un euro diario, en cuándo empecé a contar en euros en vez de en pesos chilenos, qué había sido de esa buena pobre que se iba feliz a la universidad con la plata justa para ir y volver. Me acordé del tiempo en que éramos felices jugando backgammon y tomando jugo de sobre sabor lollypop; de cómo leer una carta suya me completaba. La nostalgia por la que había sido quiso atraparme.
-¿Qué pasa?- Preguntó como si adivinase algo.
-El lunes, después de ir al cajero, me compro los aros- dije en tono frío.
-¡Pero!
-Pero nada, ya estás informado.





A tientas busco el CD The Bends, abro la caja, pulso play y enciendo el último cigarrillo. Cierro los ojos y lo imagino a él en otro living oscuro, al otro lado del Atlántico, sin haberse duchado en días, escuchando como la voz de Thom Yorke se tortura a causa de una mujer como yo, cuando canta Black Star. Pero él no escucha Radiohead, nunca pude hacer que le gustara. Qué suerte tiene.