La primera vez que te ví estabas tan sonriente y andrógino como siempre, el pelo cubría tus ojos pero no me impedía ver su brillo. Eras mucho mayor, pero con tu rostro infantíl cubrías sin problemas los años. Cuando nos presentaron, extrañamente, nos saludamos con un apretón de manos.
Bastó sentir tu mano rozando la mía para enamorarme de ti; tu mirada de cachorro hambriento y ese aire de artista incomprendido terminaron de hacer el trabajo.
Nos hicimos amigos, pero no me alcanzaba, te busqué, te escribí, te leí, te reí por meses hasta que descubrí que nos atormentaba lo mismo: Te estaba cantando frente a todos, con la desvergüenza de la adolescencia y te vi tragar las lágrimas que no querías mostrale a nadie. Cuando callé, me abrazaste tan fuerte..me acariciaste pelo y no, no me besaste. Entonces te odié, te odié por negártelo, por negármelo a mí también.
Desde ese episodio pasaste dos años viniendo a visitarme casa semana, a jugar al amigo, a hablar del clima y de la vida abrazado a mi como un niño, a ver tele con tu cabeza en mi regazo, a despedirte con un beso tembloroso mitad en mi mejilla mitad en los labios. Cada visita era una celebración de nuestro amor tan tácito como senil.
Me fue cansando tu silencio y empecé a evitar tus visitas, te olvidé para entregarme a amores que sí hablaran.
Años después apareciste sin anuncios, entraste a mi cuarto mientras dormía, me acariciaste la cara para despertarme, me trajiste ropa y me invitaste a caminar. Sin saber a dónde ibamos, desperté reclamando tu falta de respeto y salí sin peinarme a la calle. Viajamos por la noche santiaguina poniéndonos al día sobre nuestras vidas.
Me llevaste a un bar, compraste cigarrillos, porque nunca se te olvidó que no tomo sin fumar. Después de varios tragos llegó un fotógrafo a la mesa -mil pesos por eternizar ese momento-. Hoy miro lo foto y nos vemos tan ignorantes de que cinco minutos después estaríamos besándonos por todos los besos que no nos dimos en años. "Te amo desde que me cantaste" dijiste, "lo sé Darío, lo sé desde ese día" te dije.
Desde el bar a mi cama me hiciste mil confesiones más a las que no puse mucha atención, estaba demasiado ocupada memorizando el sabor de tu lengua.
Subiste a mi cuarto y te quedaste toda la noche, el sexo fue risas, alivio, furia...
Al despertar, cuando por fin te vestías, repetiste "te amo" y yo volví a repetir que lo sabía y te pedí que bajaras las escaleras en silencio y que por favor no volvieras a verme, nunca.